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Creatividad Libertina

Seis años más tarde...

Seis años más tarde...

Y pue’ na’a. Que me alejé de la red-- y de esta blog-- para vivir entre los vivos, para ser y estar con los de carne, y para, según el de la pluma, dedicarme vrdaderamente a escribir.

Y pues nada. Que en este tiempo, me casé, me mude a infierno tropical (donde ahora escribo), y le subarrendé mis manos a cierta universidad de la que me fui hacía casi seis meses, y que ni las gracias me dieron por casi siete generaciones de alumnos a quienes ayudé--quiero creer-- a formar.

Hoy, tras seis años supuestamente viviendo entre los "vivos", sea por trabajo, sea porque realmente no he dedicado mucho más tiempo a la escritura, del que antes lo hacía-- de hecho es mucho menos-- me zambullo de nuevo en la máscara del Prestidigitador que, ¡Vueltas que da la vida!, ahora parece más guía de turistas, que farsante de carrera.

Aquí estamos, mis heterónimos y yo. Aquí sigue Ella, con su cabello y su voz, a mi lado en ás de un sentido. Aquí estamos todos, y mis manos....

Año Va, uno más, o menos, según se vea.

¡Qué diablos! !Abramos de nuevo el escaparate del libertinaje!

Un relicario...

"... ¿Cómo puedo amar tanto a alguien de quien desconozco su rostro…?"—se preguntaba Alfredo, en medio del salón—“…sentir esta profunda y conmovedora emoción, por una persona de la que ni siquiera tengo una imagen…?

 

En su mano sostenía un pequeño dije de oro, grabado con orlas florales. Éste estaba abierto, mostrando su desnudo interior. Alfredo lo miró con aprehensión, como intentando dibujar con su mente la fotografía de aquella mujer por la que tanto suspiraba. En vano creaba y recreaba retratos suyos, mas su etérea materia los devolvía nuevamente al vacío del que provenían.

 

¡Dios!”—exclamó para sus adentros— “estoy enamorado de una mujer de humo, a la que sólo yo puedo ver, oler y sentir, pero de la que tampoco tengo un retrato. Ella está allá lejos de mí, mirando al cielo de Praga, y yo aquí, con este relicario vacío al lado de mi corazón, palpitando sin cesar al ritmo de su nombre…

 

Fragmento del borrador de “El espíritu del Pórtico”

Ella...

No era de carne aún, cuando ya la amaba. Esta historia comenzó mucho antes de que sus personajes tomáramos conciencia de la misma. Es como una de esas legendarias épicas, que rememoran los cantares de épocas sin parangón. Así fuimos nosotros. Así, sin saberlo, nos enrolamos en las líneas de un relato eterno; un sueño sin lugar ni tiempo, del que nadie creería su fuerza; del que nunca escucharán otro similar.

 Nuestras esencias flotaban en el ambiente de ese viejo portal donde nació esta historia. No había más, como al inicio de los tiempos. Tan sólo un ápice de su ser fue necesario en mis sentidos, para saber que ella era la mujer de mi vida. Aún no la conocía. Pasó mucho tiempo antes de saber su nombre, sus facciones y detalles. En aquel instante, todo eso resultó suplementario. Manierismos que engalanan sus rincones.

Aquella noche de sombras, sumido en el teatro de Praga ante mis ojos, descubrí sus líneas más básicas, las justas y necesarias para afirmar, sin miedo a equivocarme, que era ella la indicada; la que merece la pena estar a su lado, hasta el fin de los tiempos…

 

—Cap I, Primer boceto de “El espíritu en el pórtico”,

 David Castillo.—

Metrobús all the way...!

Metrobús all the way...!

Siempre he considerado que el Metrobús es una excelente idea, colocada en el sitio más impropio posible. Así ha sido desde hace poco más de medio lustro, y la ocasión del estreno de una nueva línea —la cuarta— me hizo augurar que no sería la excepción.

No sólo eso. Los rumores del trazo tentativo de esta línea, aunado a las constantes protestas de los comercios y habitantes de la zona, me hicieron pensar que la reafirmación de mi impresión acerca de este medo de transporte, no tendría parangón, al menos hasta la inauguración de la siguiente ruta.

Luego de un intento fallido, durante su período de gracia sobre el peaje, los primeros dos días, no había tenido la oportunidad—o el ocio, quizás—de aventurarme en sus recovecos citadinos, a bordo de tan flamantes unidades, todas ellas ostentando la leyenda “Downtown” en su carrocería, y que me hacían remontar a una fugaz y accidentada visita a la Unión Americana, hacía poco más de un año.

Así, armado con mi tarjeta de pago, y mucho tiempo de sobra, abordé en la terminal uno de los vehículos.  Cuan equivocado estaba…

Estimado lector, lo primero que debe considerar sobre esta línea, es la actitud que debe de adoptar mientras haga uso de su infraestructura. Está usted a bordo de una unidad híbrida, totalmente automatizada y en constante monitoreo por las autoridades—las cuales, según refiere uno de los choferes, muy pronto estarán al tanto de sus movimientos, en cuanto resuelvan cómo conectar las cámaras a un hipotético puesto central de control—, rodeado de cómodos asientos, estratégicamente dispuestos para que usted, su usuario, olvide todo lo aprendido respecto a los ineficientes transportes públicos superficiales a los que los habitantes de esta ciudad nos hemos dolorosamente habituado.

En su interior no hallará malos modos por parte de su operador—aunque no le indique que, si ya pasó su tarjeta por los torniquetes, no lo haga de nuevo por el lector a bordo, so pena de ser cobrado doble— y será orientado oportunamente por un insigne representante del órden—o dos, según la suerte con la que corra usted— sobre cualquier inquietud que le surja a lo largo de su estancia. Dicho sea de paso, recuerde que precisamente eso, su estancia, será larga. No importa que otros medios, como el Metro, recorran la misma distancia en la cuarta parte del tiempo. No haga odiosas comparaciones con transportes tercermundistas, aglomerados—quiero pensar que la Semana Mayor no sesgó mi impresión sobre la afluencia de pasajeros, claro está— y tintos en aromas muy humanos. Las unidades cuentan con aire acondicionado, guardabultos y, si lo desea, podrá cómodamente charlar con el usuario que estará frente a usted, pues muchos de los contados asientos que posee, se encuentran careados. No habrá excusa para que muestre mala cara a sus semejantes mas, si considera aún no estar listo para enfrentar los embates de la modernidad, puede volver la vista hacia el exterior por las espaciosas y resistentes—dicho esto último con conocimiento de causa, pues ni una turba de púberes armados con trozos de tabiques, piedras y grava, la cual atacó con avidez un costado de la unidad en el que iba, poco antes de arribar a la estación “Mixcalco”, pudo lograr un cristal roto; y ¡vaya que lo intentaron! —vidrieras con las que podrá apreciar, como en un aparador, la populosa actividad de las zonas más animadas de nuestra querida ciudad. Como dije anteriormente, no hay excusa, mi estimado lector. La línea cuatro del Metrobús logra, más que ninguna otra, una sensación de relajación, seguridad y vanaglorio en sus usuarios tal, que de pronto me sentí trasplantado a esos centros urbanos europeos que no conozco en absoluto o, de menos,  a los recorridos turísticos por la ciudad de Puebla de los Ángeles, a lomo de la versión local del Turibús—primo lejano del sistema de transporte que ahora me huelga a escribir; probablemente pariente acomodado de la misma familia de vehículos—, al tiempo que me deleité con las miradas aprehensivas de locatarios y transeúntes por igual, quienes aún guardan su distancia ante tales muestras de vanguardia.

Mas si esto no fuese suficiente para arengar su interés por visitar la línea 4 y sus pintorescas estaciones—las cuales, algunas, son envidia de cualquier diseño minimalista, al prescindir incluso de la estación misma—, es mi deber acotar dos aspectos más que hacen de este recorrido, una experiencia digna de vivirse; un must see, haciendo eco del anglicismo con el que se autodenomina la ruta, para el ciudadano sibarita.

La primera de éstas es la opción de elegir, dependiendo de su estado de ánimo, entre dos rutas alternas—no se exalte si abordó e ignora cuál ruta recorre. Tarde o temprano, como el hijo pródigo, la unidad volverá a una u otra terminal—, que visitan polos opuestos del Centro Histérico de la Ciudad de México. No se preocupe por la seguridad en el trayecto. Es bien sabido que las leyendas urbanas no son más que eso, pero por si este pensamiento no le conforta, una legión de policías y patrullas—63 oficiales, y 8 patrullas, contados a lo largo del recorrido de vuelta—lo salvaguardarán de cualquier facineroso que intente reclamar su potestad sobre el trazo de la ruta. Este regimiento, aunado a los oficiales a bordo de las unidades—quienes, a falta de un arma, emplearán sus dotes negociadores para exhortar a cualquier amenaza de desistir—le harán sentir, como al que escribe, que no habrá tramo más seguro de la ciudad, que aquél que, decían sus detractores, era el más peligroso y conflictivo imaginable. Esto fue, viendo el resultado, meras calumnias e intentos pueriles por intentar privarle a usted, amable usuario, de una experiencia imperdible.

La última razón es —y debo confesar mi sorpresa al descubrirlo— una peculiaridad en el trazo que me ha obligado esta noche a tomar un momento y componer la presente estampa del Metrobús. Tómelo como una confidencia, mi estimado, pero a lo largo de la ruta B—la sur—tendrá una pequeña muestra, cuidadosamente seleccionada para todo gusto y bolsillo, de cuatro de las más representativas zonas de comercio sexual que pervive en los alrededores de nuestro primer cuadro—personalmente siento que pudo hacerse un retruécano en la ruta, similar a la vuelta olímpica por el Monumento a la Revolución, para visitar las calles de Sullivan, pero quizás habría sido pretencioso—de nuestro terruño. Desde la comodidad de la unidad, podrá evaluar sus opciones y elecciones. Tome su tiempo; una prudencial velocidad de 15 km/h resulta perfecta para que no apresure su decisión.

Cuán sabias han sido las mentes que dieron origen a tan singular ingenio. Cuánta opulencia y despliegue de recursos públicos, para asegurar un recorrido inolvidable. Pero, sobretodo, cuánto conocimiento de las pasiones humanas, por parte de quienes trazaron su ruta.

Esos han sido, sin más, los pormenores de éste, mi primer viaje por la línea 4 del Metrobús en la Muy Noble y Muy Leal y Imperial Ciudad de México. Sirva esta estampa como un testimonio fiel de lo vivido por el que escribe, y una cándida invitación a quienes leen, de ser partícipes de este concierto de experiencias…

 

Nota de la fotografía: Foto cortesía de "El Universal". Nótese la agilidad con la que, cual gacela, este magnífico ejemplar ejecuta sus evoluciones por los meandros del Centro Histérico.

SOPA de Letras (1)

SOPA de Letras (1)

Hubiese deseado que la primera entrada de este, el Año del Fin del Mundo, fuese en otro talante. En un año que pinta promisorio en más de un sentido, y en el que el compromiso con el activismo es una constante para un servidor, una amenaza mucho más ominosa y rápida cobra fuerza en estos días.

Para aquellos creadores como el que suscribe, quienes vemos en la Internet el último—si no el único, a veces— bastión para difundir nuestra propuesta, sea a través de las redes sociales, o de las bitácoras personales en línea, como la que he procurado llevar en estos últimos tres años; la aparición de una iniciativa de ley global que coarta el derecho más básico que ha caracterizado este metaverso, la libertad de expresión, significa una afrenta directa a nuestra labor creativa.

Esta es la llamada ley SOPA, acrónimo de Stop Online Piracy Act, y sus respectivos ecos nacionales.

De ser honestos, aún no logro dimensionar la extensión que esta iniciativa posee, en parte por la radicalización que el tema ha tomado en la red, el protagonismo de instancias de renombre en este ámbito, como la Wikipedia, Twitter o Google; y en otra, por la falta de una disciplina personal para informarme sobre el texto de dicha ley, así como de su interpretación y repercusiones de la misma.

Reconozco esto, porque asumo que más de un correligionario, colega o lector de este humilde espacio, se encuentra en la misma situación: saturado de información parcial, participando en algún tipo de protesta online, generando textos contestatarios al respecto incluso pero, en el fondo, sin un conocimiento sólido sobre el fenómeno.

El ánimo de esta entrada es, no obstante, convocar a todo aquel que se identifique con mi situación personal y, a falta de un foro concreto hacia el cual dirigirnos para discutir, establecer redes de trabajo conjunto. Actualmente he mantenido charlas personales con algunos compañeros, tanto de la M.L., como con artistas no relacionados directamente con este movimiento; sobre nuestras impresiones al respecto. Asimismo, y gracias a la amistad epistolar que mantengo con colegas escritores del movimiento EGOÍsta, intercambio opiniones sobre la posibilidad de establecer una agenda conjunta.

Si bien, esta nueva amenaza no varía mi posición con respecto al llamado que, hace unos meses hiciera para tomar acción respecto a los problemas de fondo en el arte y la sociedad que lo detenta como propio, debo señalar que las aristas que presenta tal situación exceden mis primeras acciones emprendidas y, dicho sea de paso, ameritan un programa de trabajo concreto para dicha situación.

Por tanto, amigo lector, te conmino a informarte sobre esta iniciativa; a difundir los datos recabados, y a conformar grupos de discusión, máxime si tu labor está del lado de los librepensadores; aquellos que no sólo deseamos ser escuchados, mucho menos nos empeñamos en conformar un estilo y propuestas rentables, no se diga lucrativas; sino que tomamos como propia la insatisfacción que afecta a nuestra sociedad.

De igual forma, toda protesta y activismo al respecto es bienvenida. Un servidor procurará ser partícipe de dichas estrategias, pero mi desavenencia con el fanatismo ciego me obliga a insistir en que dicha participación sea informada y colectiva. La mayoría aún no conocemos los detalles, ni siquiera los más relevantes. Hablemos pues, intercambiemos reflexiones y preparemos acciones conjuntas.

2012:Game Over!! (Año va...)

2012:Game Over!! (Año va...)

Es la víspera de un año que inicia. Las horas más expectantes en nuestra frívola sociedad, que culminan en la catarsis del conteo regresivo que anticipa la bienvenida a un nuevo año. “Feliz Año!” “Albricias, Bendiciones—y excesos, ¡cómo no!—y mucho Amor…”

Así es la llegada de un nuevo año. El referendo del ciclo, el siguiente round, el segundo aire. Todos ellos símbolo de una nueva oportunidad. Sólo que esté es el 2012. El infausto año en el que el mundo acabará, según los más doctos esoteristas y falsos profetas. Así que debemos prestar atención y tener ello en cuenta hoy, esta noche. Al deglutir cada una de las doce uvas. El mundo se acaba, se nos escapa; se diluye entre los días, y cada campanada no es sino la muestra de que el Réquiem está aquí, entre nosotros…!Cuán grandiosa noticia!

 

El Mundo se acaba, amigos míos. Lo hace a cada segundo, desde el momento mismo en el que comenzó. Nada nuevo nos depara el rebuscar y adjudicarle fechas falsas de caducidad a este planeta. Que si Dios, o el Gran Colisionador de Hadrones, ya hubieran resuelto terminar con esto, la cosa habría sido menos parsimoniosa.  Feliz 2012. Feliz Fin del Mundo.

 

Es la víspera de un año nuevo. La recta final hacia este nuevo giro solar y, llenos de anhelos y angustias. Con la nostalgia y la emoción entremezcladas, acuñamos propósitos que  luego se disuelven. Por ello comparto con ustedes unos cuantos augurios de mi parte para este, el Año del Fin del Mundo:

 

Que este año que inicia te traiga tiempo, mi hermano.

Que no dure sino lo necesario, lo esencial.

Que además, a cada cual, nos regale un calendario,

Con 366 días, no menos, no más.

 

Que el reloj no te apabulle, ni a mí me desespere,

Que los días duren lo justo, y las noches lo cabal.

Que al final, si aquella vana profecía se cumpliese

Con lo justo, lo a profundidad vivido bastará.

 

Que este año, sea el del Fin, el del Inicio y el Ahora

Que transites por sus hojas con ánimo y libertad

Que sólo hace falta tiempo—y emplearlo a toda hora—

Con nuestro mundo girando a cuestas, hasta el final.

 

Feliz inicio de año a todos ustedes. Por mi parte, acabado el ritual, continuaré con mi labor creativa, esperando les sea igual de provechoso y gratificante éste, 2012.

 

Feliz Fin del Mundo!!!

Maniqueos

Prefería un mundo maniqueo. Aquél en el que había buenos y malos, diferenciables con toda claridad. Un mundo en el que las guerras poseían aliados y enemigos, y en el que cada cosa ostentaba sólo dos estados posibles: bueno/malo; encendido/apagado; hombre/mujer; Cielo/infierno.

Eran tiempos más elementales. Bastaba otear el tablero de la vida, y de inmediato reconocer el lugar que se ocupaba. No había medias tintas. Se era o no tal o cual cosa, y no lo otro, lo opuesto.

Era un mundo simple, incluso fácil de aprehender. Para cada situación había un complementario. Los buenos eran lo que debían, y sus contrarios los avatares del mal. Y sí alguien deseaba formar parte de un bando u otro, la contrición consistía en dejar la senda de unos para, por mera eliminación, pasar a militar en las filas de la contraparte. Solía ser una medida efectiva para reconocer con quién se contaba, y a su vez, discernir entre aquellos a quienes ni el saludo eran dignos de recibir.

En ese mundo de antes resultaba, además, nada complicado tomar decisiones. No eran necesarios cabildeo ni diplomacia alguna. Podría decirse incluso que se trataba de un mundo más sincero, más apasionado. Cada uno conocíamos o no nuestro papel; de inmediato saltaba a la vista quién era o no determinado calificativo, y de igual manera podíamos —o no— defender nuestra opinión. No ya con ánimo proselitista, o mesura hipócrita, sino por mera convicción.

En aquel mundo se atacaba o defendía sin más. Existían las victorias gloriosas, o apabullantes derrotas. Acaso se vislumbraban estados neutros; esos en los que, por una u otra razón —siempre había dos y sólo dos posibilidades— no se era partícipe de alguno de ambos escenarios.

Tal fenómeno parecía una especie de efecto residual, producto de la dinámica imperante en el grueso de la gente. Una excepción que confirmaba la regla de elegir o declinar y, de esta suerte, justificar la escisión de unos cuántos apáticos, ajenos a ambos hemisferios de la vida.

Por un tiempo relativamente largo viví la regla doble que marcaba sin bruma el devenir. Como dije antes, era extremadamente sencillo ubicarse en la senda con sólo dos direcciones.

Sin embargo desperté un día; uno de esos en los que no se sabe sí hará frío o calor, sí el sol remontará sólo el horizonte o llovera. Aquella mañana medio nublada me invadió la tibieza del ambiente, y ahora los extremos resultaban tan molestos. Me harté del mundo maniqueo.

En un principio creí que era algo pasajero. Eran tiempos complejos para un joven como lo era hace años, y se solía achacar a la inmadurez los lapsos de indecisión. Pero pasaron los meses, y aquella sensación no se iba. Era similar ese extraño preámbulo al de la víspera de un resfriado, cuando el cuerpo parece cortarse, pero no del todo, y se presiente la enfermedad sin estar seguro de qué será, y cuándo se podrá reconocer por completo el mal.

La incomodidad por no pertenecer a uno u otro bando —o peor aún, ser parte de ambos simultáneamente— se volvió mi única constante. En un par de años, me convertí en uno de esos seres ambiguos, disímbolos a los ojos de quienes optaban por la solución predominante.

Pasé entonces a formar parte de la minoría, y no de aquellas a las que se ofrece guerra sin cuartel, sino de un extraño grupo al que ambas facciones suelen mirar de reojo, consolar con la misericordia y la lástima prepotente que se obsequiaba a los indecisos, a esos apáticos que habían perdido el rumbo de sus vidas.

Aquel patetismo fue virando hacia el oprobio que, supongo, debía inspirar alguien cuya única muestra de comportamiento racional era su reaciedad a, de una vez por todas, adoptar uno y sólo un camino.

Fueron años duros, en los que opté por recluirme y no esbozar comentarios, por miedo a ser otra vez blanco de las miradas y los reproches. Fue tal vez esa actitud, y ese aparente síndrome individual ante los polos opuestos, que con el paso del tiempo, me hice experto en pretender.

Sin dificultad, lograba hacer pasar como propia cualquier posición o ideología. Con nitidez, comprendía el sentir de los que me rodeaban, y actuaba —en serio lo hacía bien— justo como aquellos esperaban. Después de todo, ninguna de esas situaciones era tajante para mí, y el mundo de los  matices me instaba a conocer cada detalle, cada sutil vuelta de tuerca, en la que el resto del mundo parecía enredarse, en su intento por guardar la línea en la que debían ir.

Aquellas prácticas me trajeron beneficios, no lo negaré. Mas al llegar la noche, en la soledad del lecho quedaba, aferrado justo encima del nudo en mi la garganta aquel sabor agridulce de no creer por completo en aquello que decía, y tampoco externar con total honestidad mis puntos: que prefiero el pescado por encima de la carne o el pollo; que para mí era gris, en vez de blanco o negro; que el círculo posee 360 grados, y no sólo izquierda o derecha, atrás o adelante. Que, en suma, no compartía ninguna de las opciones existentes o, por otro lado, ambas me resultaban válidas, atractivas.

Fue ahí, en el vértice de las cosas, que halle mi sitio. Como unos pocos, noté que desde ahí atisbábamos de manera simultánea ambos lados de la moneda. Con ello, caí en la cuenta de que no era el único. Conocí a otros que, como yo, hicieron del anatema su realidad. Hicimos lazos entre nosotros, ora por amistad, ora por sobrellevar nuestra respectiva soledad.

Pese a lo reconfortante que, decíamos, era nuestra máxima de la tercera vía, pendió siempre una sensación de desconcierto.

Me horadaba la cabeza el ver a los demás, tintos hasta el tuétano en sus papeles, pasar por la vida convencidos de su papel: ricos y pobres, hombres, mujeres, afortunados o presas de la desdicha. Obviaban todos, la existencia de cualquiera otra situación para sí mismos.

Me partía el alma —hablando de mitades— cómo el resto vivían conformes con tal existencia y nosotros, los seres de la ambigüedad, que decíamos tener el mapa completo de la vida, nos debatíamos en desatinos.

Aquel mundo maniqueo, además de fácil de aprehender, ofrecía recompensa a sus devotos. Una suerte de paliativo que nuestro anatema mantenía al margen de nuestra obstinación. Sin embargo, fueron estos sentimientos los que, a la sazón, propinaron ominosa enseñanza.

Intentando comprender los motivos de tan cándida actitud, me devané el seso infinidad de noches, hasta que descubrí –el término más adecuado sería “tropecé”— con el mayor de los secretos de aquel mundo: no había maniqueos.

En apariencia, las personas cargaban a cuestas sus respectivas etiquetas. Las esgrimían con soltura o sufrimiento, henchidas de orgullo o en forma pendenciera, según fuese la tónica propicia. No dudaban en medir la vida —la propia o de cualquier otro— en función de aquel parámetro unívoco con cuyo compás se codificaba el ritmo de su marcha.

No obstante, en el fondo de sus almas, —segundos antes de dormir, o previo a iniciar una reyerta de golpes o palabras con el bando contrario— reptaba la misma duda, el mismo desconcierto que yo creía cargar, como una penitencia, acerca de las cosas.

El pobre se refugiaba en la seguridad de su limitado capital, y reprochaba al rico su mezquindad, esperando conmoverlo. A su vez, el rico se sentía en desventaja, al saberse presa de una fuerza supuesta que se le achacaba, y lamentando a su vez la suerte de no ser más o menos pobre. De igual manera el bueno traicionaba a sus correligionarios, arguyendo que los otros no eran de su condición. El malo perdonaba la vida, no juzgando necesaria en ocasiones tanta violencia.

Los adversarios más acérrimos celebraban pactos para el beneficio mutuo, y los llamaban "diplomacia", "negociación". Olvidaban los ideales que en el discurso debían separarlos, vistos ahora como estorbos ante un mundo de llana igualdad y que secretamente aplaude el individualismo.

Ninguno de nosotros, los alienados, éramos especiales. No había contrarios, ni géneros, ni causas. Tan solo una almidonada convención, un protocolo de póquer, para esconder el juego propio del resto de la mesa. Ese era el error de gentecomo yo. Entonces entendí las miradas, los reproches y la burla.

Éramos tontos que jugábamos con la mano abierta. Supurábamos nuestra ineptitud para guardar las apariencias. Si en algo éramos especiales, era en la inocencia. Aquella revelación echo por tierra, tanto mis esperanzas, como todas las dudas e incomodidad.

Disuelto el corsé que tanto escozor causaba en mis costados, dejé de buscar motivos para entender a los demás. Volvió la paz de antaño y, como muchos otros tontos de esa supuesta tercera vía, nos concretamos a vivir sin etiqueta nuestras respectivas existencias. Después de todo resultó que los contrarios eran más importantes para los indecisos, que para quienes los enarbolaban.

Hoy día sigo andando oteando en todas direcciones. Continúo explorando entre gustos y nombres. Reinvento categorías, haciendo repelar a los puristas del estilo. No me arrepiento por mi tontería, ni por la rabia y temores que esta búsqueda inflingieron. Habrán otros a los que sea pertinente apegarse a algún canon.

Sin embargo, la nostalgia que me causa recordar aquellos tiempos en los que los contrarios eran ciertos para mí, y la pasión con la que sus militantes parecían batir sus señas, me hace pensar que ahora, en una realidad en la que todos y todo es relativo, el presente ha perdido brillo. Como dije, para un tonto como yo, que se deslumbra con el blofeo, era preferible un mundo maniqueo...

Abril 2011

#Occupy, #Annon, #M.L....?

#Occupy, #Annon, #M.L....?

Mientras escribo estas líneas, a miles de kilómetros de mí, la policía de Nueva York cerca el campamento del colectivo autodenominado Ocupy Wall Street. Asimismo, se cumplen veinticuatro horas de que otro fenómeno de persona colectiva realizara una operación de protesta informática, ésta última aderezada con sustracción de información contenida en servidores, por parte del grupo Anonymous.

 

Lejanos escenarios en el plano físico, aún más distantes de mi prosa usual. Sin embargo, estos años de silencio, de reflexión y, sobretodo, de renegar contra mi Status Quo (no sin antes que éste renegara de mí, claro está), terminaron por sacar a relucir que éste no era sino la última ilusión que este tonto mago no daba por notar.

 

Tal descubrimiento, el asumir que no hay ceñidor, mas que el personal, me han quitado un gran peso de encima, pero también me huelgan a mirar hacia las llamadas "causas" con un poco más de seriedad que antaño.

 

En este punto es posible que el lector se pregunte si toda aquella perorata en los años prístinos de la Mascarada Libertina, no contemplaba este horizonte o, peor aún, hacía caso omiso del mismo, con la única finalidad de parecer inamovible.

 

De hecho, responder esa pregunta me ha costado más de un dolor de estómago (que parece ser la parte más sensible de mi cuerpo, en estos días de café y tabaco), y no podría, sin desplegar una cortina de  tediosas justificaciones, exponer los tumbos que este movimiento ha pasado en estos años de aparente silencio.

La respuesta breve, para fines de esta entrada, sería: “sí, pero no del todo”

 

En otra ocasión ahondaré un poco mas en aquellos avatares, mas no deseo desviar ahora la atención de los tópicos que dan título a mis letras este día.

 

Hacía no mucho, escuchar de colectividades como estas dos vertientes, no habría causado gran impacto en mí. No es el primero, ni será el último episodio en la Historia de la Humanidad, que un grupo de personas se apoltronen entre sí, para quejarse del Leviatán, y gritar consignas hacia él. No obstante, estos días me ha invadido un genuino interés por conocer las entrañas ideológicas de ese ser llamado Anonymous, y me ha resultado una afrenta revisar los reportes de presuntas armas sónicas en NYC. Ese no era el que escribía una ventosa tarde de agosto de 2008, sin embargo lo es ahora, y no puedo sino asumir que algo ha cambiado. Un retruécano en mis entrañas (quizás la causa de mi úlcera) dejó de susurrar, para exigirle al prestidigitador que hiciera una pausa en su rutina, que no era otra sino la que ya conocía con premeditación. Que no era diferente del ímpetu que se siente cuando una idea genial llega de súbito, pero de la cual sólo se conocen algunos destellos. Que no tuvo la madurez que su fundador exigía, porque carecía de tierra dónde asentarse.

Esta noche no vengo a hablar sobre Los Inconformes. No pretendo hacer apología de Anonymous, ni respaldar las consignas frente al becerro de oro, allende las fronteras.

Diré que entiendo los motivos, que comparto la desazón de años, y que si otro fuese mi destino, elevaría una pancarta, o teclearía las coordenadas dentro de un “Ion Cannon” Todas estas expresiones me parecen insignes, pero ajenas a mi camino, todavía. La senda del mago es por entre los espejos, y ahí he gestado el secreto de mi arte. Aún así, envío con fraternidad mi apoyo personal a aquellos idealistas contemporáneos, que empuñan las redes sociales y los proxies y con la misma fuerza que yo lo hago con la pluma. Mi más sincero reconocimiento a ellos.

 

Una turbulenta madrugada de noviembre, en la colectividad de una habitación con Internet…