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Creatividad Libertina

Metrobús all the way...!

Metrobús all the way...!

Siempre he considerado que el Metrobús es una excelente idea, colocada en el sitio más impropio posible. Así ha sido desde hace poco más de medio lustro, y la ocasión del estreno de una nueva línea —la cuarta— me hizo augurar que no sería la excepción.

No sólo eso. Los rumores del trazo tentativo de esta línea, aunado a las constantes protestas de los comercios y habitantes de la zona, me hicieron pensar que la reafirmación de mi impresión acerca de este medo de transporte, no tendría parangón, al menos hasta la inauguración de la siguiente ruta.

Luego de un intento fallido, durante su período de gracia sobre el peaje, los primeros dos días, no había tenido la oportunidad—o el ocio, quizás—de aventurarme en sus recovecos citadinos, a bordo de tan flamantes unidades, todas ellas ostentando la leyenda “Downtown” en su carrocería, y que me hacían remontar a una fugaz y accidentada visita a la Unión Americana, hacía poco más de un año.

Así, armado con mi tarjeta de pago, y mucho tiempo de sobra, abordé en la terminal uno de los vehículos.  Cuan equivocado estaba…

Estimado lector, lo primero que debe considerar sobre esta línea, es la actitud que debe de adoptar mientras haga uso de su infraestructura. Está usted a bordo de una unidad híbrida, totalmente automatizada y en constante monitoreo por las autoridades—las cuales, según refiere uno de los choferes, muy pronto estarán al tanto de sus movimientos, en cuanto resuelvan cómo conectar las cámaras a un hipotético puesto central de control—, rodeado de cómodos asientos, estratégicamente dispuestos para que usted, su usuario, olvide todo lo aprendido respecto a los ineficientes transportes públicos superficiales a los que los habitantes de esta ciudad nos hemos dolorosamente habituado.

En su interior no hallará malos modos por parte de su operador—aunque no le indique que, si ya pasó su tarjeta por los torniquetes, no lo haga de nuevo por el lector a bordo, so pena de ser cobrado doble— y será orientado oportunamente por un insigne representante del órden—o dos, según la suerte con la que corra usted— sobre cualquier inquietud que le surja a lo largo de su estancia. Dicho sea de paso, recuerde que precisamente eso, su estancia, será larga. No importa que otros medios, como el Metro, recorran la misma distancia en la cuarta parte del tiempo. No haga odiosas comparaciones con transportes tercermundistas, aglomerados—quiero pensar que la Semana Mayor no sesgó mi impresión sobre la afluencia de pasajeros, claro está— y tintos en aromas muy humanos. Las unidades cuentan con aire acondicionado, guardabultos y, si lo desea, podrá cómodamente charlar con el usuario que estará frente a usted, pues muchos de los contados asientos que posee, se encuentran careados. No habrá excusa para que muestre mala cara a sus semejantes mas, si considera aún no estar listo para enfrentar los embates de la modernidad, puede volver la vista hacia el exterior por las espaciosas y resistentes—dicho esto último con conocimiento de causa, pues ni una turba de púberes armados con trozos de tabiques, piedras y grava, la cual atacó con avidez un costado de la unidad en el que iba, poco antes de arribar a la estación “Mixcalco”, pudo lograr un cristal roto; y ¡vaya que lo intentaron! —vidrieras con las que podrá apreciar, como en un aparador, la populosa actividad de las zonas más animadas de nuestra querida ciudad. Como dije anteriormente, no hay excusa, mi estimado lector. La línea cuatro del Metrobús logra, más que ninguna otra, una sensación de relajación, seguridad y vanaglorio en sus usuarios tal, que de pronto me sentí trasplantado a esos centros urbanos europeos que no conozco en absoluto o, de menos,  a los recorridos turísticos por la ciudad de Puebla de los Ángeles, a lomo de la versión local del Turibús—primo lejano del sistema de transporte que ahora me huelga a escribir; probablemente pariente acomodado de la misma familia de vehículos—, al tiempo que me deleité con las miradas aprehensivas de locatarios y transeúntes por igual, quienes aún guardan su distancia ante tales muestras de vanguardia.

Mas si esto no fuese suficiente para arengar su interés por visitar la línea 4 y sus pintorescas estaciones—las cuales, algunas, son envidia de cualquier diseño minimalista, al prescindir incluso de la estación misma—, es mi deber acotar dos aspectos más que hacen de este recorrido, una experiencia digna de vivirse; un must see, haciendo eco del anglicismo con el que se autodenomina la ruta, para el ciudadano sibarita.

La primera de éstas es la opción de elegir, dependiendo de su estado de ánimo, entre dos rutas alternas—no se exalte si abordó e ignora cuál ruta recorre. Tarde o temprano, como el hijo pródigo, la unidad volverá a una u otra terminal—, que visitan polos opuestos del Centro Histérico de la Ciudad de México. No se preocupe por la seguridad en el trayecto. Es bien sabido que las leyendas urbanas no son más que eso, pero por si este pensamiento no le conforta, una legión de policías y patrullas—63 oficiales, y 8 patrullas, contados a lo largo del recorrido de vuelta—lo salvaguardarán de cualquier facineroso que intente reclamar su potestad sobre el trazo de la ruta. Este regimiento, aunado a los oficiales a bordo de las unidades—quienes, a falta de un arma, emplearán sus dotes negociadores para exhortar a cualquier amenaza de desistir—le harán sentir, como al que escribe, que no habrá tramo más seguro de la ciudad, que aquél que, decían sus detractores, era el más peligroso y conflictivo imaginable. Esto fue, viendo el resultado, meras calumnias e intentos pueriles por intentar privarle a usted, amable usuario, de una experiencia imperdible.

La última razón es —y debo confesar mi sorpresa al descubrirlo— una peculiaridad en el trazo que me ha obligado esta noche a tomar un momento y componer la presente estampa del Metrobús. Tómelo como una confidencia, mi estimado, pero a lo largo de la ruta B—la sur—tendrá una pequeña muestra, cuidadosamente seleccionada para todo gusto y bolsillo, de cuatro de las más representativas zonas de comercio sexual que pervive en los alrededores de nuestro primer cuadro—personalmente siento que pudo hacerse un retruécano en la ruta, similar a la vuelta olímpica por el Monumento a la Revolución, para visitar las calles de Sullivan, pero quizás habría sido pretencioso—de nuestro terruño. Desde la comodidad de la unidad, podrá evaluar sus opciones y elecciones. Tome su tiempo; una prudencial velocidad de 15 km/h resulta perfecta para que no apresure su decisión.

Cuán sabias han sido las mentes que dieron origen a tan singular ingenio. Cuánta opulencia y despliegue de recursos públicos, para asegurar un recorrido inolvidable. Pero, sobretodo, cuánto conocimiento de las pasiones humanas, por parte de quienes trazaron su ruta.

Esos han sido, sin más, los pormenores de éste, mi primer viaje por la línea 4 del Metrobús en la Muy Noble y Muy Leal y Imperial Ciudad de México. Sirva esta estampa como un testimonio fiel de lo vivido por el que escribe, y una cándida invitación a quienes leen, de ser partícipes de este concierto de experiencias…

 

Nota de la fotografía: Foto cortesía de "El Universal". Nótese la agilidad con la que, cual gacela, este magnífico ejemplar ejecuta sus evoluciones por los meandros del Centro Histérico.

1 comentario

Evitame Porfavor -

Divertida la reseña, divertidos los viajes por el centro lleno de vida.