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Creatividad Libertina

Manifiesto Invernal: Contra la Humanidad!

 

Manifiesto Invernal ¡Contra la Humanidad!

 

Recientes acontecimientos – y otros no tanto- que han afectado la vida de un servidor en los últimos meses me han dejado sumido, a la par, en una larga depresión decembrina que se continuó hasta hace unos días mas, por fortuna, reflexivo ante las causas y efectos de mis actos. Aspecto que, como prestidigitador, me invita a revisar el cometido que persigo.

 

Más allá de las implicaciones sentimentaloides de las que parecería estar investida dicha reflexión, me he avocado a pensar sobre el movimiento que, ha ya medio año, inicié con la emisión del primer manifiesto de la Mascarada Libertina. Documento que, fundado en bases idealistas que una tarde compulsiva lograran plasmarse en el papel –metafóricamente hablando—y que en su momento eran dictado del corazón sobre la labor que emprenderíamos como genios creativos.

Dichos postulados, y las disertaciones que en lo individual y lo colectivo mantuve con algunos de los enmascarados, aún me parecen acertados. Asumir el egoísmo dentro de la creatividad, y la perenne insatisfacción de esta labor siguen siendo pilares del acercamiento a mi trabajo como creador.

No así, la postura humilde que esbocé en la disertaciones subsecuentes, ahora no me resulta del todo agradable; y no es por un aparente endiosamiento Huidobriano, que bien me caería ahora, y reconozco como lisonjero. No, mi postura va más allá de asumirse como genio, semidiós, entidad omnipotente dentro del mundo de las ideas individuales, y demás epítetos que en alguna ocasión añadí a ala condición de enmascarado. Aquellos títulos no son más que paliativos ente la abrumadora realidad de la incomprensión que Rojas describe en su parábola del país de los ciegos.

A decir verdad, esta postura que se ha ido fraguando de unas semanas ala fecha, y que mucho tiene que ver con los efectos del ritual solsticial pagano/católico comúnmente llamado Navidad, no es sino una reafirmación del dilema que, ya en una ocasión mantuve con una insigne enmascarada en agosto pasado, y que plantea la relación del creador con el público. Ella señalaba que el artista (sic) debía su trabajo al público, y sacaba a relucir el tema del mensaje dentro de la creatividad. Como ya expuse en alguna ocasión en este foro, es menester personal obviar a los colectivos social y académico, en tanto facetas institucionalizadas, en aras de la compulsión por la creatividad. Resumiré que dicha discusión no ha llegado a su fin, y espero retomarla muy pronto. No así, mi postura respecto al público se recrudece y llena de desprecio.

En las últimas semanas, recapitulo,  presencié pruebas de la irrevocabilidad de la farsa humana. Aquella que pregona la feliz convivencia y la ayuda mutua, la misma que pondera el bien común y el respeto; esa que ensalza los sentimientos “puros” del amor y la libertad como bandera de la sociedad. ¡Una farsa!

Nada nuevo bajo el sol, señalarán algunos con justificada certidumbre. No existe convivencia, ni interacción, mucho menos sentimientos como los arriba enunciados, que no sean remedo reactitudes condicionadas a lugares comunes, eternos encadenamientos de pautas de conducta que, a la sazón, vienen a marcar la senda de los individuos en su devenir por la vida.

Sin embargo, y de nuevo remitiéndome a un aspecto en su totalidad basado en el egoísmo, señalo la afrenta  al sentirla como propia. La sociedad, más que nunca, me ha mostrado su capacidad, no sólo para limitar y corromper al individuo y sus ideas, sino para destruirlo por completo, sin que éste siquiera se percate de dicha coerción. Y lo más doloroso es haberlo presenciado más allá de mi persona; si al menos el agravio hubiese recaído en mí, quedaría enarbolar la bandera del martirio adolescente. No, esta vez sería insultante el siquiera señalarme como receptor de enseñanza alguna sobre dichos acontecimientos; “sudar calenturas ajenas” como se dice coloquialmente.

Esta ocasión tomo el tintero y la pluma –de nuevo metafóricamente- y me inclino por dejar el tono usual de mis letras. Apelo al homenaje póstumo para aquellos que creyeron en la farsa, y cayeron como efecto de la misma. Bajo la vista con impotencia y me pregunto si acaso tiene sentido crear. Si alguna frase, algún gesto vale la pena un momento de la Humanidad. La velada y condicionada acción del sentido común me instiga a mantener las virtudes cristianas en las que alguna vez fui formado y comulgué, pero la visceralidad, la compulsión, me huelga a despreciar con amargura la raza de la que formo parte y que demuestra sin escarnio su valía:

 

  • PROTESTO entonces contra la Humanidad misma, porque ha demostrado su rampante efecto y con ello sellado su valor ante mis ojos.

 

  • PROTESTO contra todo beneficio de la duda que pueda dársele a cada ser humano respecto a sus actos; incluyendo por supuesto los propios.

 

  • NO hay entonces redención alguna para aquellos que formemos parte de esta masa abyecta. No existe dispensa ni excepción. Nuestra raza ha fallado tanto en sus actos como en sus omisiones.

 

  • NO tiene sentido ensalzar las virtudes. Su presencia es mera concepción de una fantasía ideal de la realidad que reproduce el ser humano; por tanto el arte, además de enmascarar al autor e institucionalizarlo, engaña descaradamente al espectador.

 

  • EL ser humano sueña, anhela y vive la creatividad, pero no la valora realmente. No puede soportar la situación onírica y termina por pervertir, denigrar y prostituir su situación. No conforme con destruir su propia realidad, condena a sus semejantes a cada paso, del mismo modo que lo hago yo en estas líneas, y por lo cual sigo siendo culpable.

 

  • TODO logro puede y es utilizado en prejuicio de su autor. La consecución personal se vuelve irrelevante, a excepción de su uso como arma para el chantaje, la coerción o el castigo. La Ley de vida es destruir.

 

  • LA Fe en la Humanidad, no pasa de ser una charada, una farsa que más que paradójica es risible. Por tanto, todo acto –summa egoísta- vale en su exacta concepción, sólo y sólo para quién lo hace.

 

  • SIN embargo, la capacidad de negación, la virtud del camino errado, permite tirar a la basura todo lo anterior. Ejercicio vano, pero al fin válido para quien lo profesa.

 

  • ¡Al Diablo –si acaso le concierne—la Humanidad entera! ¡Al Diablo todos y cada uno de nosotros! La atrofia de la sociedad requiere una escisión de sí misma.

 

  • POR tanto, la verdadera propiedad de la genialidad creativa es el anatema. El exilio y la inmolación simultáneos y voluntarios. Nos pronunciábamos por un cisma de las instituciones, cuando en realidad el exilio es de la condición humana. Hastiados de su existencia, de la que hemos formado parte y, pese a todo pronunciamiento, seguiremos siendo, no es valido renegar incesantes y vacíos. De nada sirve bajar la vista, derrotados.

 

  • RECONOZCO como individuo el error garrafal de nuestra existencia en el planeta y, por gracia del error, me ofrendaré en cada una de mis obras. No por reconocimiento, tampoco por protagonismo, ni siquiera abrazando el trascendente hábito del penitente, el asceta o el mártir. Nada de eso tiene valor alguno. Al menos no en la realidad que ahora contemplo.

 

  • ABRAZO con locura el error, fallo a cada paso en mi intento por crear, porque nada de lo que haga significa un ápice de redención. Lo hago por loco, por estúpido romántico acaso.

 

  • NO significó perder la fe. Fue darse cuenta de que no existía.

 

Bajo estos sentires personales, vuelvo a jurar en la Soledad. Antes me aliené de la sociedad, de la Academia y de toda institución. En un arrebato de locura creí que era suficiente mantener mi genialidad al margen de estos constructor, pero ahora sólo veo que la existencia atomizada es imposible. El truco quedó al descubierto y hasta la Diosa Fortuna perdió parte de su brillo ante los ojos de este simple mago humano.

Hoy, el paso va al origen del problema. Me asumo exiliado de la Humanidad, por más vano que eso suene, y no por eso dejo de ser culpable de mis actos. ME declaro loco, por buscar con frenesí mi compulso creativo, pese a saber que mi signo lo corromperá, deformará y terminará por destruirlo, siendo yo el primero en hacerlo, probablemente.

He ahí el verdadero truco; el efecto que me obliga a ser más cuidadoso en cada pase. Conozco la calaña que porto en las venas, y deberé pelear por dejar en cada obra mi carácter humano, es decir, la natural propensión por destruir.

No espero redención, mucho menos ofrezco una senda. No la hay siquiera para sí mismo. La Humanidad ha llegado a su estadio más decadente, a juzgar por mi experiencia. Deberíamos desaparecer de Súbito de este mundo.

 

Escribo hoy con ánimos caldeados, tras varias semanas de fraguar este sentir. No abogo por su aplicación en los preceptos de la Mascarada Libertina. Dichos postulados son también  materia conjunta de mis correligionarios, y sería pretencioso, si no, birlón, intentar unirlos a mi nueva cruzada personal. Tan sólo invito a quien se identifique en este sentir, a que no me escuche. Que deseche todas y cada una de mis afirmaciones. Después de todo soy a mi pesar miembro permanente de la Humanidad; pero del mismo modo, exhorto a redactar sus reflexiones al respecto. Nada vale más allá de su creador, y probablemente ni yo mismo entiendo el verdadero cometido de mis palabras. Mientras tanto, declaro mi anatema individual del resto del mundo. Esa máscara aceptada voluntariamente hace unos meses, jamás había causado tanto escozor como ahora.

 

 

 

 

¡EN CONTRA DE LA HUMANIDAD!

 

Dino Marconni, 3 de febrero de 2009, en algún lugar de la Ciudad de México.

 

3 comentarios

Dino Marconni -

Acertados comentarios que dan al clavo de un texto cuya redacción demoró casi un mes, por el frenético deseo de, a la par de esbozar un sentimiento completamente visceral, trasmutarlo en dilema mentalizado, tal como reza la moral de los enmascarados libertinos.
Ciertos en su momento resultaban muchos d elos reclamos que un servidor le hace a su estirpe, pero necesario resulta tambien reconocer que la charada dialéctica que yo mismo me planteé, vino a sacar a colación esa última premisa pues, tras las manos del prestidigitador, se esconde un mero humano que se duele de la candidez que marcaba su estampa...

Thánatos Turandot -

Tras la segunda lectura, vuelvo a la plantilla de comentarios. La primera impresión jamás se olvida o eso dicen.

Si afirmara que no pretendo convencer a nadie, estaría mintiendo porque es cierto que uno escribe y explica bajo el influjo de cierta manía pedagógica, nacida de lo más profundo de nuestro espíritu renacentista...

Yo no sé que se pueda decir de la Humanidad (ya como concepto, ya como conjunto de entes vivos) con certeza. No sé si podría despreciarla sin sentir pudor o piedad, sobre todo porque entiendo que mi condición humana es irrenunciable e intransferible.

¿Se puede denunciar verdaderamente sin jugar al mártir o al héroe? Probablemente no, si es cierto que nadie está libre de culpa. Los mortales son y se mueven en el medio que les es dado desde el principio de sus días. Somos y construimos lo que nos rodea, incluso en sus detalles más detestables. Uno no podría ser sin el mundo, el eterno otro que nos vuelve lo que somos por representarnos como una sustracción de la totalidad. Somos lo que no somos, ni podremos ser.

Y todo esto porque despreciar la humanidad abiertamente, me parece el último acto de amor que se puede ofrendar a quien nos ha roto el corazón enamorado...

Heimatlos -

O una canción "te pareces tanto a mí..." o no tiene caso más negarlo, porque...
"Al despertar, el dinosaurio todavía estaba allí"
Mejor puras citas.