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Creatividad Libertina

Primer Manifiesto de la Mascarada Libertina (2)

 

7.-EL ser humano vive con, y entre máscaras, impuestas por la mente sobre el espíritu.

 Son máscaras del ser humano todas aquellas limitaciones que, debido a la acción coercitiva de las instituciones socializadoras, terminan por distorsionar la esencia individual. Sea exaltando o reprimiendo determinados caracteres de sus integrantes, las instituciones marcan el modo y la medida en que cada integrante deberá de comportarse para ser considerado un miembro efectivo del grupo. De esta forma, la familia indica los roles de parentesco, y las relaciones de poder y respeto que cada escalafón implica; la escuela inculca los códigos aceptados de comunicación y la información necesaria para el desempeño de un lugar en la sociedad; la religión ubica al ser humano en función de lo trascendental—asumido parcamente como aquello que no entiende, pero que es más poderoso que él—a la par que inculca las ceremonias y ritos para alcanzar determinado estado de conciencia. Finalmente la sociedad, en su sentido más amplio, coloca las reglas del gran juego que es la civilización, nombra autoridades, premios y castigos para sus afiliados. En general, mi concepción de sociedad abarca a toda institución socializadora, es decir, a cada colectividad que controle el comportamiento humano en busca del bien común, cualesquiera que sea la definición de éste último. En este sentido, todo grupo, asociación, culto, facción política, o academia, son lugares comunes de afiliación cuyo contrato implica reprimir determinados aspectos de la personalidad, y por ende, del espíritu individual, para acceder a algún tipo de beneficio.

Así, la afiliación a un grupo, nos encierra en una máscara. Aquel rostro que es permitido y aceptado entre los semejantes. Será esta máscara la que hablará en nuestro nombre, aquellos remanentes de nuestro ser que asomen por las comisuras autorizadas. El resto deberá permanecer dentro, por el bien de todos.

 

 8.-LA única forma de alcanzar la plena expresión de nuestra creatividad es liberándonos de las máscaras.

 

He aquí el sentir de este manifiesto. Las máscaras otorgan el parámetro para entender y relacionarse con un entorno administrado. Las máscaras guardan los impulsos irracionales del ser humano dentro del plano del deseo, y encausan esfuerzos colectivos regidos por la lógica. Las máscaras advierten de los peligros de ser uno mismo en un mundo donde no se es, sino en función de las expectativas ajenas. ¡Las máscaras son una hipocresía!

Cada convención, cada limitante, cada pena. Cada una de ellas son una completa negación del espíritu humano. Su pervivencia sobre nuestro ser acalla la creatividad. Apaga la esencia y propicia el olvido. Por eso la necesidad de arrancarse del rostro la simulación. Destruir por completo los supuestos que penden sobre nuestros cuerpos y dejar que el espíritu creativo se desborde a cada acción. Ser irracional ante las instituciones, desafiar la cordura socialmente aceptada y poner a la mente en función del espíritu. Esa es la cruzada personal que he iniciado.

 

9.-SIN embargo, en un mundo administrado, se necesita un parámetro.

 

Reconocer la existencia de las máscaras es tan sólo la primera batalla. Un primer paso dentro de una senda contracorriente con demasiadas invitaciones para dirimir. Sería obtuso no reconocer que el resto del mundo mira con actitud reprobatoria nuestra locura. Hemos nacido y sido criados en un mundo administrado. Nuestra mente insiste en mantener categorías para entender la realidad, y los vicios arraigados sin difíciles de dejar. De ahí la existencia del arte.

 

10.-LA expresión socialmente aceptada del dilema mente-espíritu, es el arte

 

El término “arte” ha sido la respuesta lógica para explicar el deseo compulsivo por la creatividad, contrapuesto al requisito colectivo del enmascaramiento. Es artístico todo aquello que nos inunda con sentimientos profundos, que evoca momentos y lugares que por definición no figuran en nuestro presente, que reta engañosamente a la mecánica social y la cuestiona pero, al final, se aposenta dentro de ella.

El arte es la categoría socialmente aceptada para la locura, pues establece los límites—el canon—para que la creatividad sea racionalizada, catalogada, desmembrada y vuelta a sintetizar, sin poner en peligro el resto del sistema.

En este sentido, los artistas son individuos alienados, en tránsito perenne entre el ser y el deber ser. Son artífices escudados en las categorías estéticas; locos que han logrado holgar las costuras de sus máscaras.

 

Es por eso que mi intención no es ser artista. No podría asumirme como tal, sin sentirme con mayor opresión y enajenamiento.

 

11.-EL arte no rompe las máscaras. Juega con ellas en tanto acto irracional socialmente aceptado, y en este juego subyace la genialidad.

 

Mi búsqueda no es hacia los senderos de aquello que la sociedad llama “arte”. Es una categoría demasiado compleja y disímbola para mí. No podría conformarme con sentir la brisa dentro de la celda a través de una ventana más grande. La libertad es un veneno que, una vez inoculado, termina por invadir cada rincón del cuerpo, hasta la locura. Es por tal que mi búsqueda no es más por los senderos de la Academia. No niego su existencia, ni la de los Grandes o sus obras que de ella han emanado pero tampoco deseo afiliarme a ella, en la forma en la que se presenta ante mis ojos.

Asumo como propia la búsqueda de la genialidad creativa. Genial, en tanto cada uno posee dentro de si la capacidad de llegar a la expresión total de nuestra esencia. Genial en tanto pocos logran acceder a ella. Finalmente, genial en tanto se sirve de la mente y sus instituciones para lograr su cometido y, con esto, derrota a la máscara.

 

 12.-LA creatividad se plasma de forma única e irrepetible en la obra. Su mera existencia crea y recrea parámetros de interpretación, por lo que jamás podrá ser abarcada en su totalidad.

 

Abogo entonces por la compulsión por la creatividad. No me apegarse a los cánones y normas establecidos por institución alguna, sino por los dictados que el espíritu propio regala en forma de corazonadas. Asumo que toda obra derivada de esta compulsión es un segmento único e irrepetible de mi espíritu. Una estampa semiconsciente de mi ser que, por acción de la racionalidad, será desmembrada, catalogada y sintetizada nuevamente—administrada—por la mente, la mía y la de todo espectador que se tope con ella.

 

13.-EL genio creativo es un incomprendido; su obra significa para sí, más que un mensaje, un desfogue de su compulsión, y un paquete sensorial sujeto a parcialidades, para los demás.

 

Así, acepto con humildad que toda expresión creativa está destinada a ser malinterpretada y respeto la libertad de mis semejantes para adolecer de ello, de la misma manera en la que yo lo hago. Buscar la genialidad significaría entonces un desahogo. Una forma de liberarme de las máscaras que impiden que mi caudal individual se exprese con libertad, por eso mismo, la finalidad de verter mi creatividad en ella no se ve movida por el deseo falso de transmitir un mensaje. No existe código capaz de englobar la compulsión creativa. Sólo medios parciales de plasmar un fugaz momento.

 

14.-LA genialidad creativa es un acto profundamente egoísta en su génesis y factura. No existe mensaje alguno pero, una vez terminada la obra, está sujeta a todo tipo de interpretaciones.

 

Partiendo del hecho de que la elaboración de una obra no es sino el desahogo de la compulsión personal por la creatividad, es imposible esperar que dicho acto responda a otro individuo desde su concepción hasta el toque final, que a aquel que lo realiza. En ese sentido, a nadie más importa la obra que a su propio autor, y cualquier percepción al respecto por otros es totalmente irrelevante. No obstante, este egoísmo creativo culmina al momento en que la obra queda terminada. Ha cumplido su finalidad “terapéutica” y pierde todo vínculo primigenio con su autor. A partir de ese momento, se convierte en un segmento estático de la realidad del genio que la originó. Un paquete sensorial que estará sujeto, permanentemente a segundas, terceras—y así al infinito—lecturas por parte de cada ser humano que la aprecie. Cada una de ellas será válida en la individualidad, y al mismo tiempo, ninguna podrá abarcar el genio de donde provino. Esa es la mágica contradicción de las obras derivadas de la compulsión por crear.

 

15.-EL estado más propicio para la genialidad es el de la incomodidad; el lenguaje de los genios es la ambigüedad, y su moral la libertad.

 

De esta contradicción que implica crear para liberar el espíritu, pero al mismo tiempo condenarse a ser malinterpretado, es de la que el genio se nutre. Jamás podría entenderse la labor de los creadores, sin considerar la obligación de asumirse simultáneamente como un virtuoso, y como un neófito. Esto se perfila como una gran contradicción voluntaria. A la vista del resto de los individuos, es una charada desafiante, casi burlona que, aunque jamás buscó hacerlo, termina por replantear la percepción de la realidad y sirve de precedente para nuevas experiencias. Este es el verdadero legado de la compulsión creativa, y de ahí que la única limitación quienes la practican, sea la que señalen sus propios espíritus.

 

No existe, por tanto, un mensaje determinado a transmitir. No es labor los creadores comunicar algún discurso, pues la codificación de dichos datos dentro de la obra, la transmutaría en un texto, un segmento lineal de información que supondría un diálogo entre el autor y el público que contempla la obra. Esta no se la perspectiva de la compulsión creativa. El egoísmo en la génesis y factura de cualquier trabajo derivado de esta labor implica la libertad para plasmar en él, los elementos esenciales para satisfacer las inquietudes del genio creativo, no existe en este horizonte la necesidad de atender a otro interés.

 

16.-EL fuego se combate con fuego. Por eso, el genio creativo deberá disciplinarse para, con su obra, suscitar la duda y la crítica hacia las máscaras contra las que se enfrenta.

 

Sin embargo, podría parecer pretencioso—casi ridículo—el mostrar las obras derivadas del genio individual a otro ser humano. Sería ejercicio inútil intentar que alguien más, o incluso uno mismo, apreciara la obra terminada y abarcara la totalidad de las emociones e ideas que la originaron.

 

En efecto, supongo como imposible el que la obra sea entendida, es decir, que emule la situación exacta de su factura, una vez que este proceso ha terminado. No así, también asumo como necesaria la autodisciplina, por parte de todo aquél que se entrega a la compulsión creativa, al momento de confeccionar ese paquete sensorial que significa su obra, para que su contemplación cree en el espectador nuevas perspectivas. En este sentido, el verdadero genio es aquel que, además satisfacerse a sí mismo, logra suscitar en el otro, parte de su compulsión.

 

17.-TODA obra porta la irracionalidad de la contradicción, así como toda contradicción posee la semilla de la genialidad creativa

 

Así, la creatividad se transmite como un virus del autor al espectador. La contemplación de su obra propicia la inoculación de su contradicción individual, y despierta la duda sobre las máscaras que penden en el público. No es un proceso inmediato, como todo contagio, sino que requiere incubarse en el espíritu de cada persona. Eventualmente, la experiencia resultante, si bien no estará relacionada con aquella que originó la obra que contagiara al espectador, sí buscará el mismo fin: la liberación de la creatividad. Este podría considerarse como el éxito del genio ante las instituciones. No ha captado un público, sino que habrá diseminado su incomodidad ante las estructuras sociales al nivel de la colectividad. ¡Qué mejor legado puede haber, que la genialidad!

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